Golden Dawn

Alquimia

Alquimia

Ars Royale

«Visita el interior de la tierra, a través de la rectificación hallarás la piedra oculta.»
V. I. T. R. I. O. L.

Desde el antiguo Egipto, desde las tierras de la sacerdotal Caldea, en siglos muy lejanos, a posterior enseñada en la Escuela de Alejandría, la Alquimia fue proscrita con las Artes Secretas, se convirtió en igual o más maldita que ellas y se mantuvo oculta en el Misterio de las Fraternidades Ocultas y Herméticas.
Los Gnósticos, los Templarios, los Alquimistas, los Rosacruces, conservaron y transmitieron la Alquimia a través de la Edad Media, del Renacimiento y, por último, en las épocas modernas.
Hoy día, junto a las otras ramas del Hermetismo, no como algo separado sino como una parte de un todo, la Alquimia ha renacido en un interés escolar, por curiosidad, por camino espiritual, por sus vertientes en otras ciencias, hasta ser vista desde sus aspectos más científicos. Claro está que ha renacido para el profano, para el no iniciado pues, para aquellos que están en un camino de iniciación, la Alquimia no resulta algo extraño o fuera del catálogo de estudios, o tampoco cometen el error de emplear el término Alquimia para referirse rápida y banalmente a otras intervenciones del conocimiento espiritual o para denominar a métodos modernos de crecimiento y desarrollo espiritual.

Qué es la

Alquimia?

Paracelso dirá que «es una ciencia que enseña a cambiar los metales de una especie en otra especie diferente».
Para Roger Bacon «la Alquimia es la ciencia que enseña a preparar una cierta Medicina o Elixir, el cual, cuando se proyecta sobre los metales imperfectos, les comunica la perfección en el momento mismo de la Proyección».
Estas dos definiciones pueden ser consideradas excelentes, y comprueban los preceptos magistrales de la verdadera Alquimia.
De una manera básica, podemos decir que «la Alquimia es verdaderamente el Arte de obtener la quintaesencia de los cuerpos, de transmutarlos, de fabricarlos por Síntesis».
En algún momento surgirá la Hiperquímica, donde la química convencional y la Sagrada Alquimia se unirán en un sólo cuerpo de información y práctica.
Pero aunque estas definiciones pueden ser consideradas acertadas y supremas, sólo especifican la parte más tosca de la Alquimia.
La Alquimia es más, mucho más que el Arte o la Ciencia de fabricar metales preciosos. Ella está íntimamente relacionada con el Hermetismo, con las Ciencias Ocultas. Una sin la otra perdería el ser existencial que la mantiene y la sustenta. Toma sus arcanos de la Qabalah, de la Astrología, de la Medicina Espagírica, pues el Ocultismo basa su trabajo en la Unidad Perfecta. Justamente la Alquimia es integradora; conduce a la unidad simple por medio de la ley de la Analogía entre otras.
La Alquimia, entonces, es una de las ramas del Hermetismo que se une, particularmente, con el Plano Físico de la Naturaleza, al estudio de la Materia, de su constitución, de su génesis, de su evolución y de sus transmutaciones. Es la antigua ciencia cultivada por los magos. Ella desvela desde la antigüedad el problema de la energía y del átomo, mostrando la identidad de la substancia polarizada en Fuerza y Materia, que se resuelven una en la otra por la doble corriente de Evolución e Involución, Inspiración y Expiración, del llamado Universo - Vida. A través de los tiempos, la Alquimia permaneció más o menos oscurecida pero siempre íntegra, persiguiendo la misma meta «científica».
La unidad absoluta de la Materia Viva, demostrada con la Síntesis de los Cuerpos y los Metales, los cuales derivan todos del mismo átomo, estando constituidos por las diversas combinaciones de los átomos entre sí, lo que permite operar la intercambiabilidad de las moléculas, la transmutación de las estructuras atómicas.
La Alquimia daba y da el medio de fabricar los cuerpos más preciosos, y entre estos y sobre todo el Oro, del cual los hombres solamente perciben su utilidad pero el iniciado conoce la Esencia, la influencia benéfica sobre el organismo desde el punto de vista terapéutico, sobre la Ciencia, desde el punto de vista sintético. El Oro, elemento muy evolucionado, el más alto en la escala de los metales. Su fabricación conduce en consecuencia a la síntesis de los metales que lo preceden.
Al no prodigar el Hermetismo las enseñanzas alquímicas, y siendo escasos los verdaderos iniciados, junto a la llamada Alquimia Tradicional ha surgido una suerte de Alquimia «experimental», investigando la obtención del Oro o la Plata, por métodos más o menos profanos.
La Alquimia Tradicional es la única depositaria de las fórmulas y recetas que conducen a la Gran Obra por medio de la Piedra Filosofal.
Esta Alquimia Tradicional sigue siendo privilegio de los iniciados. Es preciso haber descubierto el Absoluto, según la palabra de los Adeptos, para poseer la Llave de ella. Saber, Querer, Osar y Callar resumen toda Iniciación, tanto Mágica como Alquímica. Estas le pertenecen, de la misma forma que el calor natural pertenece al Fuego.

Simbolismo y Alegoría

No se debe exponer este arte con palabras totalmente oscuras, pero tampoco hay que explicarlo con tanta claridad como para que todos puedan entenderlo, según Geber.
Los alquimistas no sólo trataban de conservar un conocimiento que debía mantenerse secreto, sino que al mismo tiempo procuraban mediante símiles y metáforas, sin sentido para el que no había profundizado en el arte, referirse al auténtico trabajo del alquimista, su propia transmutación interior. Por lo tanto es un lenguaje para hablar exclusivamente entre iniciados.
Quien lea con corazón abierto un texto alquímico, aunque no logre descubrir el sentido de lo que allí se dice, percibirá una sensación vibrante, singular, incluso transformadora, fiel a las verdades que se están exponiendo en sus páginas.
«La Piedra Filosofal, con la que se pueden convertir en oro los metales ordinarios, brinda a quien la posee una larga vida libre de toda enfermedad y pone en sus manos más oro y más plata de la que puedan atesorar los príncipes más poderosos. Pero este tesoro tiene, sobre todos los demás bienes de la vida, la peculiar ventaja de que aquél que lo posee es completamente feliz, sólo con mirarlo es ya dichoso y nunca siente el temor de perderlo».
Artefius dice que el arte de la Alquimia es qabalístico, que se revela sólo de palabra y que está lleno de secretos. «Pero tú, pobre insensato, ¿serás lo bastante necio como para creer que vamos a revelar clara y abiertamente el más grande y trascendental de todos los secretos, de forma que pudieras tomar nuestras palabras al pie de la letra? Te aseguro que aquel que quiera interpretar con un significado ordinario las palabras que han escrito otros filósofos, se perderá en un laboratorio del que nunca podrá salir, pues carecerá del hilo de Ariadna que le ayude a encontrar el camino».
Sinesio dice: «El arte se expresa siempre a través de imágenes, figuras y metáforas para que puedan entenderlo sólo las almas sabias, santas e iluminadas por el saber. Sin embargo, en sus obras han trazado cierto camino y determinada regla, de manera que el sabio pueda entender y lograr, tras algunas pruebas, todo cuanto se describe de manera encubierta».
La metáfora y el símbolo juegan un papel importantísimo, cuyo significado sólo se puede desentrañar si se dispone de la sabia tutela de un maestro y sobre todas las cosas, si se alcanza una adecuada disposición de espíritu. Esta segunda condición tiene un notable paralelismo con la mística.
La transmutación de los metales es un reflejo de la transmutación que experimenta el alquimista. Pues lo de afuera es como lo de adentro.

la Alquimia y su relación con

la Mística

Pero así y todo, existen sustanciales diferencias entre la Alquimia y la mística.
La mística conduce a la unión con Dios, el trabajo alquímico no pretende, en un principio, eso. Mientras que en todas las místicas, sea cual fuere, subyace una concepción de lo divino, de acuerdo a cada una de las creencias, con lo cual se va a establecer una unión, en la Alquimia no existe semejante concepto teológico. En la Alquimia se pretende tratar al alma como una materia, la cual hay que transformar. Es de alguna manera un trabajo científico, riguroso y sujeto a una serie de pautas.
Pero existen similitudes entre la Alquimia y la mística, pues no cabe ninguna duda que el Arte Real tiene un cierto carácter contemplativo.
La Alquimia establece una semejanza entre la cualidad interior de lo mineral y lo psíquico. Estudia la parte «espiritual» de la materia y la parte material del alma, y establece las justas conexiones entre una y otra. Esta interrelación tiene mucho de mística.
Esta similitud entre ambos caminos se ve reflejada en la abundancia de términos y expresiones que los místicos toman del Arte Real, como si este fuera el mejor lugar para la construcción de su propio e íntimo lenguaje.
La Alquimia se aproxima más al camino del conocimiento o gnosis, que aquel del amor devocional. Pues encontramos que es prerrogativa propia de la gnosis, observar objetivamente el alma propia, en lugar de sentirla de un modo subjetivo. Por ello, la mística orientada hacia el saber emplea a veces expresiones alquímicas para todo aquello que ha incorporado plenamente los procesos de la Alquimia.
Generalmente se establece una frontera bien determinada entre espíritu y materia, y en algunos casos hasta la oposición entre ambos factores. Y si esto fuera poco, además se establece claramente una categoría de valores, se dice que el espíritu equivale a lo bueno, a lo elevado, a lo admirable, por el contrario, la materia es sinónimo de bajeza, de maldad y deterioro.
Uno de los máximos responsables de esta división fue Descartes, quien en el Siglo XVII estableció que ambas realidades se hallaban enteramente separadas, por lo que el mundo de la materia quedaba privado de cualquier contenido espiritual.
El pensamiento alquímico establece que espíritu y Materia constituyen las dos manos de Dios, que se relacionan entre sí y jamás pueden separarse. De esta forma, la interpretación del Universo se considera tanto material como espiritual. Es decir que la Materia no es más que un complemento indispensable del espíritu, del que de ningún modo está separada. Es de alguna manera una fusión entre estos dos principios, ya que estas no serían más que el principio activo y pasivo, de lo que todo dimana, y es por lo tanto una de las representaciones básicas del universo alquímico. Establece el principio básico de la enseñanza hermética: la Unidad.

El Principio de

la Unidad, el Cuaternario y la Triada

Desde los textos más antiguos se establece que «Uno en el Todo», como la fórmula empleada en la Crisopea de Cleopatra, principio comparable al de la tabla Esmeralda: «Telesma, el Padre de todas las Cosas, está aquí».
Este Uno o Telesma no es la fórmula de una teoría filosófica que trata sobre la reductibilidad de todas las cosas a un principio único. Sino que habla de un estado concreto en el que ha quedado suprimida la dualidad de los opuestos. No existiendo ese antagonismo del dentro-fuera o sujeto-objeto, fronteras conflictivas de la percepción de la realidad que dominan generalmente nuestra existencia.
A este estado de fusión de los opuestos los alquimistas lo denominaban «Materia de la Obra» y también «Materia Prima de los Sabios». Sólo a partir de este estado y por prosecución de los métodos expuestos por el Arte Real se podrán conseguir los resultados buscados.
La forma de representar dicho estado tiene como símbolo o ideograma al círculo, ya que es este símbolo el que tiene la forma geométrica que se cierra en sí misma, mostrando el carácter de principio y fin. También este símbolo puede representar el universo completo y la Gran Obra. En la Crisopea de Cleopatra (texto Alejandrino) este estado de unión del cuerpo y el espíritu toma la forma de una serpiente que se muerde la cola: el Ouroborus. Pero también guarda otro significado importante del Arte Hermético que se desprende de su propia esencia, el andrógino, la unión perfecta de los principios masculino y femenino.
Cuando se produce la verdadera y completa fusión o coincidencia entre lo corporal y lo espiritual, sin que ninguna de los dos principios prevalezca sobre el otro, nos encontramos ante otras de las enseñanzas herméticas trascendentales: la presencia en el hombre de la llamada «Cosa Maravillosa».
A esta presencia se la ha llamado de diferentes maneras en los textos alquímicos: Materia Prima, Piedra, Agua, Quintaesencia, Mujer, Cielo, Semilla, Tierra, Mina, y otros muchos apelativos para avanzados estudiantes.
El Cosmopolita, Alexander Sheton, dice: «Vuestro interés se halla ante vuestros ojos, nadie puede vivir sin él, todas las criaturas se sirven de él, pero pocos lo distinguen. La Obra siempre está en vosotros y con vosotros, si sabéis hallarla en vosotros, en donde continuamente se encuentra, la poseéis también siempre, estéis donde estéis». Lo cual nos lleva a ese principio presente en todas las filosofías de todos los tiempos: «Conócete a ti mismo» ya que es en uno mismo, en su cuerpo y espíritu unidos, en donde se encuentra el misterio de la Gran Obra.
Basilio Valentín lo explica de esta forma: «Visita Interiora Terrae, Rectificando Invenis Occultum Lapidem, V.I.T.R.I.O.L.» Recorre las entrañas de la tierra y Rectificando encontrarás la Piedra Oculta.
De esta manera, cuando el conocimiento de uno mismo y el del universo se interrelacionan y hacen la misma cosa, cuando se eliminan las fronteras entre sujeto y objeto, entre uno y lo demás, se llega a la realización de la Magnus Opus.

Alquimia y Transmutación

El fin último del filósofo hermético es el desarrollo y perfeccionamiento de esa «materia» que la naturaleza dejó incompleta. Se trata de transmutar el plomo en oro, pero no en ese oro físico que sólo buscaban ansiosamente los «sopladores», sino en ese Oro Alquímico, que como dice Filaleteo, «es una consecuencia de nuestro trabajo y de nuestra operación».
En este proceso de perfeccionamiento, el alquimista emplea una serie de metáforas, de signos y símbolos con los que va elaborando su propio lenguaje hermético, un lenguaje que se refiere continuamente a un trabajo químico o metalúrgico, pues como ya queda dicho, el Arte Regio conoce y realiza una serie de operaciones físicas que constituyen el eco o la proyección de su trabajo de transformación interna.
Esta Materia Única debe ser debidamente tratada por el alquimista si quiere conseguir los resultados definitivos de la Obra. Se dice que «debe morir lo muerto» para que pueda «resurgir lo vivo».
Las referencias a la muerte (simbólica) son constantes en el Arte Real. La muerte como estado equivale al de sueño, o sea, el estado normal de la consciencia común en el hombre no evolucionado. Por ello es necesario «matar lo muerto» eliminando las rémoras naturales de nuestro estado de obnubilación.
Es el cuerpo, ese cuerpo dormido y amenazado por las exigencias de los sentidos, el que habrá de morir para dar paso a lo vivo, pues de otra manera el alma seguirá enclaustrada, encadenada a lo terrenal y efímero.
«Los cuerpos tienen todos una sombra y una substancia negra que hay que extraer», nos dice el Libro de Crates. Por otro lado Artemio dice: «En las cenizas que quedan en el fondo del sepulcro, se encuentra la diadema de nuestro Rey». Y D´Espagnet dice: «La tierra que encontramos en el fondo del vaso es la verdadera mina del Oro de los Filósofos, del Fuego de la Naturaleza y del Fuego Celeste».
No es la materia la que debe morir, ni lo que hay que eliminar, puesto que esa misma materia es la base del trabajo, lo que tiene que perecer es la disposición inadecuada que existe en esa misma materia. Por ello se dice: «se aconseja correr en ayuda del Cuerpo cuando el alma se dilata por haberse aflojado el vínculo».
Deny Zacharie dice: «Hay que permanecer atento y vigilante para no dejar pasar el momento preciso en el nacimiento de nuestra Agua Mercurial, con el fin de reunirla con su cuerpo». «El cuerpo tiene una fuerza superior a la de los hermanos que se llaman Espíritu y Alma».
Boehme dice al respecto: «Si el espíritu huye de la prisión, es necesario encerrarlo nuevamente en ella», esto confirmaría el hecho de que la vida, la consciencia o cualquier tipo de conocimiento, tienen que manifestarse obligatoriamente a través de lo que constituye nuestra realidad corpórea.

Las

Bodas Químicas

Hemos dicho que existen ciertas similitudes entre la Alquimia y Mística, pero en la Alquimia no existe el principio de unión con la divinidad que resulta ser el punto central de los místicos.
El camino místico parte de la aseveración de que el hombre se alejó de Dios y tiene que volver a unirse con él. La Alquimia, por el contrario, se basa en el principio de que el hombre, al perder su estado primordial o edénico de gracia, se encuentra escindido, dividido interiormente y tiene que reconciliar las dos fuerzas que yacen en él. Esta recuperación de la naturaleza completa del hombre quedaría representada simbólicamente por el casamiento del Azufre y del Mercurio, del Sol y la Luna, del Rey y la Reina.
Estas dos fuerzas que conforman la esencia del hombre, y que se representan con el Azufre y el Mercurio, corresponden a lo masculino y femenino que han de unirse, que han de casarse para construir el Andrógino o ser perfecto. Este casamiento, esta fusión de los dos segmentos que componen la naturaleza humana significaría la culminación de lo que podríamos llamar la entidad holística del hombre y abriría la puerta de acceso a la Obra. De este matrimonio tiene que nacer el Mercurio de los Filósofos, esa sustancia que Fulcanelli califica de pura, sutil, sensible y viva.
Este símbolo de las bodas o matrimonio está muy vinculado al de la muerte. Por ejemplo, vemos en muchos textos alquímicos que cuando los dos contrayentes, el Rey y la Reina, el Azufre y el Mercurio, celebran sus bodas, mueren. Pero esta muerte es necesaria porque de ella habrán de resucitar rejuvenecidos. Han desaparecido los oponentes para dar paso a lo que hemos querido denominar «el hijo glorioso».
En el texto de las Bodas Químicas de Christian Rosenkreuz aparece un unicornio de impecable blancura inclinándose reverentemente ante un león. El unicornio es un símbolo del Mercurio y también lo es el león. El segundo de estos dos Mercurios, el león, corresponde a esa fuerza del alma ya vivificada y poderosa que ha surgido de su matrimonio.

La

Obra Alquímica

En el Liber Platonis, se habla del sincronismo entre la Obra y la propia experiencia del alquimista: «Las cosas se hacen perfectas por sus semejantes, y por eso el operador debe participar en la operación».
El alquimista trabaja sobre sí mismo, es decir, sobre su plano físico y psicológico, al igual que sobre el espiritual y el moral. Muchos textos están de acuerdo en ensalzar las virtudes que debe tener el alquimista a la hora de iniciar su obra: ha de sentirse en plena sintonía con lo que está haciendo, ha de mostrarse sabio e inteligente y debe entregarse a la meditación y a la oración. No se trata de simples manipulaciones de laboratorio, si bien estas son imprescindibles. Es el propio iniciado quien debe transformarse en la Piedra Filosofal. Un alquimista ha escrito: «Transformaos vosotros mismos de piedras muertas en piedras vivas».
El alquimista al esforzarse en «matar» los ingredientes para reducirlos a la «materia prima», provoca una «simpatheia» entre las situaciones patéticas de la sustancia y su ser más íntimo. Accede a experiencias de iniciación que, a medida que la obra progresa, le forjan otra personalidad, comparable a la que se obtiene cuando se han superado victoriosamente las pruebas de la iniciación.
Su participación en las fases de la obra es tal que, por ejemplo, la Nigredo le procura experiencias análogas a las de un Neófito en las ceremonias de iniciación, cuando se siente como engullido en el vientre del monstruo, o enterrado, o simbólicamente muerto por las máscaras y los maestros iniciadores.
Tanto en la Alquimia como en la Iniciación existe una especie de pasión, muerte y resurrección. Recordemos que la finalidad de los Misterios era la transmutación del hombre para hacerlo, en cierto sentido, «inmortal».

La Obra Alquímica y sus

Divisiones

Cada una de las partes en que se suele dividir el proceso de la Obra Alquímica constituye una simplificación esquemática de todo el proceso.
La división más antigua de las etapas es la que designa a las partes con los colores. La primera etapa es el ennegrecimiento, la Melanosis o Nigredo de la materia, después vendría el blanqueo, la Leucosis o Albedo, más tarde el dorado de la Xantosis, y por último el enrojecimiento, la Iosis o Rubedo.
Existen variantes de esta clasificación, algunos autores añaden una quinta fase denominada «Viriditas». Pero de todas ellas, las más importantes son las etapas de los colores negro, blanco y rojo.
El negro como ausencia de color y de luz, el blanco como luz íntegra que no se ha quebrado en colores, y el rojo como punto culminante y esencia del color.
En la cosmología hindú, el negro se asocia al movimiento que, apartándose de la luz original, se dirige hacia abajo y su representación recibe en sánscrito el nombre de «Tama»; el blanco representa la ascensión hacia la luz original, es el «Sattva»; el rojo o «Raja», correspondería a la expansión de la luz en el plano de la manifestación.
Además de esta división de la Obra en tres etapas, existe otra que la divide en dos: la Obra Menor y la Obra Mayor.
La primera, es la que podríamos llamar la espiritualización del cuerpo. La segunda es la corporeización del espíritu, o bien la fijación de lo volátil.
La Obra Menor tendría por objeto restablecer la capacidad prístina y receptiva del alma original, mientras que la Obra Mayor acometería la tarea de iluminar esa alma ya preparada, gracias a la revelación del espíritu.

La Alquimia como Experiencia Trascendental

La Piedra Filosofal

Las fases de la Obra alquímica constituyen todo el proceso de transformación, todo el Trabajo.
Jung dice: «La obra alquímica se refiere en su mayor parte no sólo a experimentos químicos, sino también a algo como procesos psíquicos, que son expresados mediante un lenguaje pseudoquímico. Los antiguos sabían en cierto modo lo que son los procesos químicos, por consiguiente, habían de saber también que sus operaciones no eran, cuando menos, las de una química corriente y normal».
La obra alquímica era y es un trabajo sacro para el alquimista, pues éste considera a la Naturaleza no solamente como algo «vivo», sino como algo que tiene una dimensión divina.
Este convencimiento de estar trabajando con algo divino es lo que hace que el alquimista emplee una abundante terminología religiosa, que algunos consideran equivocadamente como una artimaña para escaparse de la censura religiosa, y que como dijimos, tiene notables equivalencias con la mística. Para muchos alquimistas, la obtención de la Piedra Filosofal equivaldría al conocimiento perfecto de Dios, según nos dice Eliade.
Para llegar a la Piedra se debe partir de la Materia Prima. Pero tanto la una como la otra son sustancias que carecen de una identificación concreta, debido en gran medida a su indiscutible complejidad.
Si para designar a la Materia Prima se utilizan numerosos términos, diciendo que ella puede ser tanto espiritual como material, terrestre como celeste, e identificándola tanto con el fuego como con el agua, con el azufre o con el plomo, etc, con la Piedra sucede lo mismo.
La Piedra es el término de una increíble operación que se dice «es un camino muy largo». Pero al mismo tiempo, resulta también muy accesible ya que, como tantos textos afirman, se encuentra en todas partes. Según un alquimista del Renacimiento: «Es familiar a todos los hombres, jóvenes y viejos, se encuentra en el campo, en la aldea, en la ciudad y en todas las cosas creadas por Dios y, sin embargo, es despreciada por todos. Ricos y pobres la manejan todos los días, Las criadas la arrojan a la calle y los niños juegan con ella. Y, sin embargo, nadie la aprecia aun cuando sea, después del alma humana, la cosa más maravillosa y más preciosa de la Tierra, y tenga el poder de hacer caer a reyes y príncipes. Sin embargo, es considerada como la más vil y despreciable de las cosas terrestres».

«No hay diferencia entre nacimiento eterno, restauración de la caída y el hallazgo de la Piedra Filosofal.»
Jacob Boehme