Cuantas más veces los
principios I A O son experimentados, más se acerca uno al inevitable y
aterrorizante condición nominada “la noche oscura del alma”. Durante la fase de
Apophis , uno es capaz de tener una primera
aproximación a lo que se refiere este término, pero la diferencia es tan
extrema y gigantesca que es muy difícil de creer o aceptar que esto es parte
del proceso. La noche puede ser experimentada como un vacío donde todo,
enfatizando TODO, que ha sido experimentado y sentido como significativo el día
anterior, ahora ha perdido por completo su significado. No existe luz alguna en
ningún lugar, nada que atraiga, nada que interese, nada que signifique cosa
alguna. Es tan insignificante morir como seguir viviendo (vivir tal vez no sea
un término correcto en este caso), y cuanto más se prolonga la noche, tanto más
uno se convence que esta condición nunca cambiará. Es como ser un zombie que mecánicamente trata de mantener algunos aspectos
de su vida, mientras que el miedo ha reemplazado al deseo y la voluntad. En
términos psicológicos puede ser comparado con poner patas arriba la Jerarquía
de Necesidades de Maslow , y donde uno anteriormente
trabajaba con su necesidad de autorrealización y trascendencia, uno súbitamente
se encuentra sin la necesidades fisiológicas más básicas.
Otra gran diferencia
entre esta condición y las anteriores fases de Apophis
es el grado y extensión en la cual el mundo a nuestro alrededor es afectado. No
es únicamente un proceso subjetivo (que en tal caso podría ser explicado e
ignorado) sino también un proceso objetivo. Esto puede manifestarse como ser
robado, golpeado, perder el trabajo o vivienda, estar involucrado en un accidente
(choque automovilístico, caída, etc.), contraer enfermedades, o que nuestras
relaciones de pareja u otro tipo de relaciones súbita y abruptamente terminan,
a menudo con peleas y emociones violentas. Es como si el medio ambiente, el
mundo, en su totalidad, se aseguraran que uno no pueda escapar de esta
búsqueda, en los rincones más profundos del alma, de esas malolientes y
putrefactas cenizas que uno, bajo ninguna circunstancia, quiere tener contacto
alguno.
Cuanto más uno trata
de escapar del proceso en este estado (sea con la ayuda de intereses
imaginarios, drogas, viajes, etc.), más nos carcome este sentimiento de
vacuidad desde los ámbitos más profundos de nuestro ser hasta la superficie, al
punto que es tan falto de significado el seguir escapando como detenerse y
rendirse. Porque esta batalla nunca puede ser ganada a través del escape o la
violencia, sin importar cómo éstas se manifiesten, ya que ambos bandos se
encuentran en uno mismo. La tentación de utilizar diferentes formas de
violencia no debe ser subestimada, ya que uno estará finalmente listo para
hacer lo que sea necesario para detener la presión, incluso destruirse uno
mismo. Cosas que uno “normalmente” nunca debería considerar pueden, en esta
condición, ser no sólo pensables sino incluso sádicamente inspiradoras. El
proceso aquí es proyectado sobre el medio ambiente, entonces duele demasiado
entender que todo el esfuerzo y trabajo en conocerse uno mismo, al mundo y a la
realidad (o cualquier otro motivo que uno podría tener o haber tenido) ha
traído en consecuencia esta crisis.
Todo lo que uno
quiere hacer cuando se encuentra en la noche, es cambiar el vacío dentro y
fuera de uno mismo por algo que traiga nuevamente la sustancia, la materialidad
a la existencia. El problema, sin embargo, es que si esto sucede, resulta en un
nuevo escape, ya que aquí el objetivo es explorar este vacío, y cristalizarlo.
Sólo cuando se ha logrado, en principio, realizar esta exploración, uno
deviene, lentamente, capaz de elevarse nuevamente sin escapar de uno mismo, y
sin caer nuevamente dentro del torbellino.
La cristalización es
adicionalmente algo que se debe comprender y efectuar por uno mismo, incluso
aunque todo nuestro ser clame por ayuda desde el entorno. Trataré de describir
esto con una descripción simbólica. En mi propia experiencia de este estado
pude verme a mí mismo caminando sobre la cima de una montaña, expuesto a las
fuerzas climáticas que literalmente trataban de volarme de la montaña. Toda mi
energía fue puesta en tratar desesperadamente de aferrarme a la angosta colina,
y no podía ver (ni me importaba) si me movía hacia delante o hacia atrás. En
aquellos momentos cuando el viento se incrementaba hasta alcanzar la fuerza de
un huracán a mi alrededor, buscaba y no deseaba otra cosa que ser consolado por
un amigo cercano, tal que no solamente pudiera evitar caer al precipicio, sino
también obtener un respiro de la presión interna y externa que trituraba mi
ser. Sin embargo, cada intento de arrastrar algún otro hacia mi, y de colgarme
más o menos desesperadamente de esa persona, sólo resultaba en que terminara
expuesto a una tormenta mayor y me sintiera aún más solo que antes. Pude
experimentar cómo cierta gente en mi entorno se asustaba de mi condición, y la
ayuda que trataron de darme casi me trituró aún más. Después de mucho penar y
sufrimiento, pude experimentar y comprender que no podía depositar la
responsabilidad en otro, que esto en sí mismo implicaba un escape de mí mismo,
y que el proceso debía ser manejado y soportado por mí. Retornando al
simbolismo visual, comprendí la diferencia entre obtener sostén del entorno y
aferrarme al mismo, y donde este último devenía en un comportamiento escapista,
el primero era capaz de asistirme cuando el viento llegaba a su climax . En consecuencia, desplacé el foco desde mi entorno
a las profundidades de mi ser, y el terrorífico vacío que lo llenaba. Al hacer
esto, el vacío pudo ser investigado y conocido, y, poco a poco, cristalizado.